Época: Ramésidas
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Los Ramésidas

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

La inscripción fundacional los define juntos como una "casa labrada en la pura montaña de Nubia, de arenisca fina, blanca y perdurable, como una obra para la eternidad", y son en realidad dos templos, uno el de Horakhte y otro el de su madre, Hathor. Los dos reemplazaron a dos viejas cuevas de divinidades locales cuyos orígenes se perdían en los confines del tiempo. El de Re-Horakhte estaba orientado estrictamente a Levante; el de Hathor miraba al sudeste, supeditado claramente al primero, con el que forma un ángulo de 45°.
El mayor de los templos de Abu Simbel es otro caso único en la arquitectura egipcia: un speos, un templo rupestre, dotado de los mismos elementos que un templo normal no rupestre, salvo la inversión forzosa de sus dos primeros elementos, el pílono y el patio. El patio, escenario de los sacrificios cruentos y de las hogueras sagradas, precedía aquí al pílono, que en vez de ser un edificio exento, estaba tallado en la roca entre dos contrafuertes oblicuos. El objeto de éstos era producir el efecto de perspectiva que hiciese parecer más distante y profunda la fachada del pílono.

Cuatro colosos sedentes de Ramsés II -uno de ellos malparado hace siglos- preceden al pílono, pero no como estatuas antepuestas a él, según era costumbre, sino en un altorrelieve tan atrevido, que en su tiempo debió de parecer fantástico. Entre ellos, la puerta del speos y un nicho para el titular del templo, Re-Horakhte, acompañado de una Maat de escala menor, y del cetro User, de modo que las tres figuras componían un jeroglífico: Usermare, el primer nombre de Ramsés.

Como de costumbre, las estatuas de Ramsés están acompañadas de las de su madre, su mujer y sus hijos, todos de tamaño menor; delante de los pedestales de los colosos se alzan estatuas de halcones y del propio rey, éste en actitud de marcha. El toro y el caveto del ático del pílono están acompañados de frisos jeroglíficos, y encaramados a lo más alto, como tienen por costumbre hacer en la naturaleza, una fila de monos babuinos saluda alborozada la salida del sol mañanero.

Por la puerta única del templo entra la luz del amanecer y la claridad del resto del día. El visitante recibe una primera impresión desfavorable: la excelente calidad escultórica de los elementos de la fachada hace más sensibles la prisa y las malas condiciones en que fueron labrados los pilares osíricos de esta primera sala hipóstila y las cuatro figuras sedentes del santuario del fondo: Ptah, Amón, Ramsés y Re-Horakhte. A las dos del centro las ilumina directamente el sol del amanecer dos días al año, el 20 de febrero y el 20 de octubre.

Los escultores y constructores habían previsto naturalmente que, al realizar en roca viva una obra como ésta, habían de tropezar con fisuras y otros defectos de la piedra, aparte de los accidentes que en la misma se pudieran producir. Los escultores y canteros sabían hacer frente a estas contingencias, manejando el yeso con una habilidad tal, que cuando sus restauraciones se conservan bien, son difíciles de advertir. En el segundo de los colosos de los pilares osíricos del lado norte podía verse cómo taponaron una grieta que se les había formado en aquel lugar.

Los relieves de esta primera sala hipóstila constituyen una importantísima crónica de las campañas de los primeros 30 años del reinado de Ramsés. La batalla de Qadesh ofrece detalles tan interesantes como la representación detallada del campamento egipcio, resguardado por una cerca rectangular de escudos, dentro de la que tienen lugar las menudas incidencias de la vida cuartelera y castrense. A su lado podemos contemplar la marcha de la infantería al abrigo de las columnas de carros de guerra; la escolta real, en la que los "shardana" se distinguen por los cascos rematados por el creciente lunar; la propia plaza de Qadesh, en el meandro que forma en derredor el curso del Orontes... todo minuciosamente relatado y con el valor adicional de los colores, que en otros monumentos no han podido conservarse así en los relieves expuestos a la intemperie y a la luz solar.

A continuación de este edificio, terminado hacia 1260, construyó Ramsés el de Hathor, en homenaje a su esposa Nefertari y siguiendo el mismo esquema. El pílono de la fachada está dividido por contrafuertes en rampa que flanquean un portal en saledizo. A cada lado se encuentran un coloso de Nefertari entre dos de Ramsés, seis figuras en total, todas en pie, encajadas en nichos, pero sin alcanzar la altura de las del otro templo (aquí sólo 10 metros). La sala hipóstila, cuadrada, está reforzada por seis pilares hathóricos, en los que la diosa adopta la forma del mango de un sistro. Sistros también, pero completos, fingen sostener el techo del santuario, donde la estatua de culto es la vaca Hathor protegiendo al monarca, como hacía en los templos funerarios de la XVIII Dinastía. El templo quedó sin acabar, según se echa de ver en las cámaras que flanquean a ésta.